Quizás vosotros también habéis vivido esta situación. Un día, de manera muy
sincera, fui halagada como investigadora en biomedicina, por nuestro papel en
la lucha contra las enfermedades. Fruto de la gran confianza que tenía con esta
persona, mi respuesta fue: “Entonces, ¿por
qué fumas? Demostramos a la sociedad su alta relación con la aparición del
cáncer, y seguís fumando. Quizás deberíais
dar más credibilidad a nuestra investigación adoptando hábitos más sanos”.
En la encuesta realizada por la Fecyt el año pasado sobre la percepción
social de la ciencia, los científicos aparecimos como el segundo colectivo más
valorado, después de los médicos. En respuesta a la pregunta de si el progreso
científico es ventajoso para hacer frente a las enfermedades y las epidemias,
un 92,7 % de los encuestados respondió que sí. Y un 88,6 % respondió que también
es ventajoso para mejorar la calidad de vida de la sociedad.
La Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad ha publicado los datos
obtenidos en un estudio epidemiológico, realizado sobre población activa entre
los años 2004 y 2007. Los valores iniciales del estudio fueron que un 14,9% de
esta sección de la población tenía obesidad, y 38,4% sobrepeso. Y la
prevalencia fue en aumento hasta el año 2007. La OMS ha alertado sobre uno de
los mayores problemas de salud pública del siglo XXI, el aumento de la obesidad
infantil (en España un 28,3 % de los niños entre 3 y 12 años sufre exceso de
peso). Los estudios científicos relacionan la obesidad con el síndrome
metabólico, trastorno que aumenta el riesgo de sufrir diabetes, enfermedades
cardiovasculares y determinados cánceres. Y todo esto provocado, principalmente, por el estilo de vida y
los hábitos de alimentación.
En todos estos datos veo una gran contradicción, muy relacionada con el
debate general existente sobre si la ciencia se ha convertido en la nueva
religión. Según mi punto de vista, de igual manera que la base de la religión es
la fe y no la razón, las evidencias dejan muy claro que los mensajes científicos
llegan a la población en forma de dogmas de fe, pero no llegan por la vía
racional. Y esto sucede en el mejor de los casos, porque para algunos algo que
va en contra de sus preferencias resulta descalificado automáticamente. La sociedad
cree en los médicos, los científicos
y la ciencia, pero sigue alimentándose mal y adoptando hábitos insanos. No se
da el paso siguiente, es decir, racionalizar
el mensaje y cambiar los actos en consecuencia. Para mí esto sí que significa
considerar la ciencia como religión.
Estos días ha tenido lugar el Forum
MIHealth en Barcelona, en el que se ha debatido hacia donde debe ir el
sistema de salud del futuro. Cómo reformarlo para preservarlo, haciéndolo más
sostenible. El incremento de la población con enfermedades crónicas (y del
gasto económico que supone para el sistema sanitario) ha sido uno de los factores
que han intentado solucionar algunas empresas participantes en las actividades satélites organizadas por el grupo Health
2.0 Barcelona. En una de ellas, la Gira Tic Salud (organizada con la colaboración de TicSalud, de la Generalitat de Catalunya, y TicBioMed, de la Región de Murcia), la empresa mHealthAlert presentó un dispositivo, que hay que enchufar en la pared, receptor por vía bluetooth de las medidas clínicas tomadas por
los enfermos crónicos en su casa de manera rutinaria. Una vez llegan al dispositivo son enviadas a una base de datos en la nube donde son comparadas con
los niveles de normalidad que establece el médico para cada uno de sus pacientes. Si las medidas no son correctas, el médico recibe una alerta y se pone en contacto con el paciente. Esto está muy relacionado con uno de los
conceptos más defendidos en el Fórum para hacer más sostenible al sistema de
salud, la medicina
de las 4P: personalizada, preventiva, predictiva y participativa. Esto
quiere decir que el paciente va a tener un papel más activo en cuanto al
cuidado de su salud. Los avances tecnológicos están permitiendo una medicina
más personalizada, porque conocemos mucho mejor las causas de una enfermedad, que sabremos prevenir mejor, incluso predecir y retrasar su aparición (o
tratar antes de la aparición de sus síntomas).
Este cambio de paradigma en el tratamiento de la salud hará que el paciente
tenga un papel más participativo del que está teniendo actualmente, más
consciente de que su actitud es esencial. Porque mientras está en su casa
midiendo su nivel de glucosa o presión arterial, sabe que estos valores viajan
hacia su médico, y que éste le va a alertar si no son correctos.
En una de las mesas redondas del Fórum se propuso una solución para el
control de la salud pública, que iba por un camino diferente al que acabo de
exponer. La aplicación de impuestos sobre los productos de consumo perjudiciales para la salud. Como ya se hace con el tabaco y el alcohol,
Cataluña no descarta poner impuestos sobre las bebidas azucaradas para el control de
la obesidad. Educar a base de castigo. Durante mi estancia en Alemania, entre los
años 2003 y 2006, ya había medidas educativas que premiaban las buenas conductas. Las aseguradoras sanitarias hacían descuentos a las personas que reportaban que iban al menos una vez cada 6 meses al dentista o que eran clientes de un gimnasio.
Nosotros, con la iglesia hemos
topado. Ya lo decía Don Quijote a Sancho. Nuestro gobierno pretende utilizar los impuestos, que tan poco nos gusta pagar, como indicadores de lo que no se puede hacer. ¿Mejorarán así nuestra conducta, como lo hacía la religión católica durante su hegemonía, a través de sus dogmas? ¿Es esta la única manera que tenemos para mejorar en el control de nuestra propia salud?